lunes, 19 de julio de 2010

De güisquis y pianos y jazzmen

Se incorporó un poco en la cama, sintiendo los brazos entumecidos y las piernas cansadas y todo su cuerpo atrapado en el recuerdo borroso, onírico, tranquilo y arrogante del alcohol.
Se encontró asomado a un conocido y oscuro rincón de su conciencia, distorsionada por su propia inexistencia, donde viaja la gente cuando no tiene nada ya que perder. Y ese sentimiento se volvió, con el peso de una losa, una verdad inalienable, una realidad admitida hacía años, cuyo conocimiento le pesaba horriblemente en eso que llaman alma, y que, en su opinión, solo podía existir en el tiempo que dura cada nota. Era una verdad al mismo tiempo liberadora y martirizante, que le hacía no depender de nadie, no creer en los lugares ni en el pasado. Ni siquiera la concepción del tiempo es la misma cuando eres consciente de que no te juegas ya nada, de que todos los golpes se pueden encajar con una botella de güisqui.   (Sept. 2009)

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