(Se acabó el blog, por cierto. Adiós.)
Luces En La Lluvia
martes, 13 de diciembre de 2011
sábado, 12 de noviembre de 2011
Cuando no queda nada, sólo quedan los picotazos en las tripas. Sólo queda la ventana abierta, las luces de neón de los cines de Gran Vía y las bolsas de los supermercados que mueve el viento y que se enredarán en los pies de mañana.
Queda el reloj parado, marcando el horario de vivir; queda el reloj tejiendo (tic tac) el otoño y queda el miedo de no haber nacido para entonces.
Queda el reloj parado, marcando el horario de vivir; queda el reloj tejiendo (tic tac) el otoño y queda el miedo de no haber nacido para entonces.
*
Cerrar los ojos acostado en tu vientre y escuchar como rugen las tripas de mi corazón.
El hecho de estar atraído por el centro gravitatorio de la vida tiene poco que ver con existir.
*
Nunca he visto los dientes amenazadores del otoño sin apoyar la cabeza en vuestros hombros.
Ahora, el otoño, o vuestros hombros, me devoran.
jueves, 3 de noviembre de 2011
miércoles, 12 de octubre de 2011
jueves, 22 de septiembre de 2011
domingo, 11 de septiembre de 2011
Rock´n´Roll
A veces se acurrucaba a escribir en el centro de su cama, mientras oía llorar a su madre.
Sabía que, mientras la oyera, ella estaría ahí.
Otras veces, escuchaba a su padre golpear las paredes en la noche, o bajar las escaleras
con pasos espaciados, y a la mañana siguiente veía la huella ensangrentada de la mano de su padre en la pared.
Sabía que, cuando no lo oyera, ni quedaran huellas, él mismo estaría allí.
A la noche siguiente, lloró mientras daba puñetazos a la cara de su padre, que dijo
que él ya era mayor, y que sólo a él respetaba.
Lloraba mientras lo veía tirado en la calle echando espuma por la boca.
Después, nunca más lloró.
Y supo que, mientras no llorara, el mundo estaba ahí.
Esto, a veces.
Pero siempre tuvo la sensación, casi como una especie de designio cósmico
de odiarlo todo.
Y el cansancio de odiar se le quedó enquistado en la mirada.
Y supo que mientras odiara, él no podía morir.
Sabía que, mientras la oyera, ella estaría ahí.
Otras veces, escuchaba a su padre golpear las paredes en la noche, o bajar las escaleras
con pasos espaciados, y a la mañana siguiente veía la huella ensangrentada de la mano de su padre en la pared.
Sabía que, cuando no lo oyera, ni quedaran huellas, él mismo estaría allí.
A la noche siguiente, lloró mientras daba puñetazos a la cara de su padre, que dijo
que él ya era mayor, y que sólo a él respetaba.
Lloraba mientras lo veía tirado en la calle echando espuma por la boca.
Después, nunca más lloró.
Y supo que, mientras no llorara, el mundo estaba ahí.
Esto, a veces.
Pero siempre tuvo la sensación, casi como una especie de designio cósmico
de odiarlo todo.
Y el cansancio de odiar se le quedó enquistado en la mirada.
Y supo que mientras odiara, él no podía morir.
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