miércoles, 29 de septiembre de 2010

Quitamiedos

Y me duelen los ojos de leer en azul todos los textos que había. Todos. Y hasta hoy, que he devorado cada letra escrita, jamás hubiera imaginado que detrás de una eterna cara amable, y dentro del mar que se asoma a sus ojos, existía esa forma de mirar al mundo, tan lúcida que asusta y te deja pequeño, temblando. Hoy se renueva mi fé en la literatura de blog. Qué falta le hacía.

jueves, 23 de septiembre de 2010

Cerrar por fuera

Si escribiera sólo para ti, mis versos sonarían a repiqueteo de gotas en el suelo, esas que una vez oímos desde unos soportales. Si escribiera sólo para ti, mis versos serían perfectos, y estarían enfermos, y lúcidos, como los de Luna Miguel, y sabrían a dónde dirigirse, y no morirían en el camino. Si sólo escribiera pensando en ti, escucharías en ellos a Biralbo, o a Giacomo Dolphin Trio, riéndose del mundo, desdeñando de manera suicida la vida, y todo sonaría como debía de sonar el Lady Bird. Mis versos serían humo, olerían a tabaco y a muerte, a amores de esos que no existen. Si sólo me acordara de ti al escribir, hablaría de viajes a Alemania y de cartas que no sabía si se recibían, de la sonrisa falsa de todos los Toutsaints Morton del mundo y de una huída frenética, demente, a Lisboa.

Hubo un momento, te lo juro, que me creí que era así. Me creí que el mundo nacía de las yemas de mis dedos, que se desdoblaba para que nosotros tuviéramos el nuestro ficticio dentro de éste real, para que la vida, y la cantidad ingente de hijos de puta que la pueblan, nos dejaran en paz, y nos dejara leer tranquilamente en los ojos del otro las mentiras que nos decíamos a sabiendas, y las historias de noches en bares y whiskys que inventábamos.

En ese tiempo, pensé que gracias a ti. Pensé que aquello que no existía, de alguna manera se tenía que manifestar, y creí que, simplemente, lo hacía así. Y entonces llegó el acomodo. Y nos cerraron los bares, y ardió Lisboa. Y los versos no sonaban a nada. Ni las canciones. Y pensé que por tu culpa.

Y ahora, somos “modernos”, y me encantaría saber en quien cojones nos hemos convertido. Y me encantaría saber quién cojones eres tú ahora, porque, aunque me duela admitirlo, hay como mínimo tres versiones de ti misma. Y resulta que ahora, ya ni llueve, ni volverá a hacerlo nunca, si no es una lluvia provocada, controlada, y debidamente evacuada, para que no desborde el mundo, y todo siga su curso, predecible y descafeinado. Y ahora me callo, y no te digo lo que quiero, porque vivir con un reflejo es mejor que beberse a chupitos la realidad, pero toda esta mierda de pseudo mundo falso llega hasta aquí. Creo firmemente que mi prosa lo agradecerá bastante. Principalmente, porque necesito volver a hacer mías las dos palabras que esta mierda de nueva aséptica dimensión, de mírame y no me toques, del masoquismo, me prohíbe.

Te juro que es la última vez que te lo voy a decir nunca más: te quiero. Te quiero. Y no busco que vuelva a subir Biralbo al escenario del Lady Bird. Lo único que pretendo es desquitarme, largarme, cerrar la puerta por fuera con un mínimo de dignidad, y poder apartar la vista de los sitios en los que no quiero estar. Encender un cigarro, componer el gesto y salir a la calle pisando fuerte y duro, y añadiendo un fantasma, un amor perdido más, a mi memoria.

Así que yo me bajo, pero tú sigue en tu torre, y ojalá venga alguno y te acaricie el pelo. Y trepe.

miércoles, 8 de septiembre de 2010

Non ci cercammo allora. Ora non piove.

Y te escondes. Lo peor es que te escondes. Y te desentiendes. Y me pides (me exiges, pero eso tú no lo sabes) que finja. Y oigo tus palabras como si no las oyera yo, las oigo como si fueran dichas en otra época; en otra vida, allá donde aún significaran algo y donde llueve. Llueve. Y se nos mojan los pies. Y merece la pena. Detengo mi respiración, pero así oigo la tuya, y ya no sé qué es peor. Y finjo, y entonces nos colamos en los cines, y bebemos cerveza, y nos rozamos sin querer, niños que se tocan mientras juegan, y, por un instante, vuelve a llover. Como antes.

Hoy, el puto sol del verano derrite las piedras. Y mientras, me ducho, y cierro los ojos. Y llueve.