miércoles, 9 de junio de 2010

Tras la lluvia


Dejó de llover y salimos del portal en el que nos habíamos guarecido, aguardando a que escampara. Los charcos alfombraban las aceras y las luces de la calle se reflejaban en el agua del suelo como si quisiera desdoblarse el mundo. Los negros nubarrones se alejaban y un persistente olor húmedo colmaba la calle. Entonces, todo pareció cambiar en ella: soltó mi mano con delicadeza, se alejó  unos pasos e inspiró profundamente. Cuando se giró, su mirada contenía las nubes que yo había visto huir, todas las nubes del mundo. Juro que llovía en aquellos ojos, los más tristes y bellos que yo haya podido contemplar nunca. Todavía hoy, juro que llovía cuando su pupila me reflejó, al besarme tristemente en los labios.