con la arrogancia del ser insignificante e infinito.
domingo, 7 de agosto de 2011
El eco del mundo resuena en la esfera sin agujas del reloj, y el corazón se me pudre
encima de la mesa. Yo lo muerdo,
lo zarandeo,
me abalanzo sobre él con las dentelladas de un perro hambriento.
Pero no lo mato.
El muy cabrón me palpita su putrefacción en las entrañas.