miércoles, 27 de octubre de 2010

Zalacaín

Ayer hacía frío, muchísimo frío. Lo sé porque temblaba como un chiquillo asustado, escondiéndome detrás de la taza del segundo solo. Notaba en mi bolsillo derecho el bolígrafo que me dejó la camarera del café. Él había ya había hablado antes que yo. Jamás ese café fue tan acogedor.

miércoles, 20 de octubre de 2010

Cuando se despertó, no recordaba nada de la noche anterior y el peso insolente del alcohol se dejó notar como un huésped desagradable en su consciencia. Supongo que me miró con una mezcla de extrañeza y arrepentimiento cuando vio mi cabeza dormida a su lado. Supongo que se levantó sin hacer ruido y se lavó la cara abriendo poco el grifo para no despertarme, viendo su hermosa figura de mujer en el espejo, dejando que su propio reflejo se recrease en la belleza que tenía delante y que después, se sentó, aún desnuda, en el borde de la cama. La imagino buscando a tientas su ropa interior, desperdigada por el suelo, y poniéndosela con mucho cuidado, conteniendo la respiración y sopesando la amplitud de cada uno de sus movimientos. Quizá en ese momento se puso, con un cuidado y una tranquilidad insultantes, rayanos en la parodia, la misma camisa verde que le había arrancado la noche anterior, desbaratando el irreal sueño que habíamos vivido juntos. Pienso que, haciendo gala de ese orden que caracteriza a las personas que tienen su vida patas arriba, apagó la luz del cuarto de baño, cerró la puerta y se dirigió al recibidor donde nos habíamos comenzado a besar la noche anterior. Supongo que fue en ese instante cuando abrió la puerta de la escalera con el mismo cuidado que había regido sus movimientos anteriores, y estoy seguro de que al poner un pie fuera, cerrando la puerta aún a riesgo de despertarme con el chirrido impertinente que tuvo que quedar suspendido tras ella en el aire a modo de emisario nefasto de su huída, maldijo el instante en el que hubo de conocerme. (2009)

lunes, 4 de octubre de 2010

¿"A oscuras", dices? La luz que tu prosa emana es bastante para iluminarte.
¿Escondida entre el hielo? Imposible con la calidez de tu mirada.
Y, ya que es en esa casa helada que dices habitar donde se gesta el mundo que, sin tu consentimiento, he decidido, en la medida que me corresponde, hacer mío, se ha convertido en un lugar donde parar a descansar, en el tránsito entre esta mierda de realidad mía y la tuya, bella y apacible, de la peste que echa la mediocridad.

Yo, por mi parte, nunca uso paraguas, mas siempre podremos, si te apetece, mojarnos juntos.